En el Huiche de mi mamá,
vivía un señor muy trabajador, poco sociable pero muy responsable con su
familia, pues así era Don Víctor.
Un día muy soleado, después de una larga jornada
de trabajo en época de cosecha de café, llegó a su casa muy cansado, y con unos
costales de café por despulpar.
Al entrar a su casa, María, su esposa, lo saludó
y le sirvió la comida, tomo un suspiro y se levantó para continuar el despulpe,
labor que terminó bastante avanzada la
noche; en esas, le dio ganas de fumarse un tabaco, de esos que vendían en antes
“Tabacos El Sol” se llamaban, y se sentó en una pequeña piedra que estaba en el alar, cerca de la
carretera, raspó un fósforo y empezó a fumar pensando que ojalá el tiempo siga
bueno y el café este de trilla para el mes de Junio para así poder sanjuaniar; con los primeros bostezos se cercioró de que ya era demasiado tarde, él que se levanta y empieza a escuchar unos ruidos, eran ruidos de un
carro con unas luces bastante vistosas, así que decidió esperar a que el carro
pase por ahí,éste nunca lo hizo. A
Víctor le pareció extraño y se puso a cavilar que de pronto el carro se
derrumbo o que este por ahí varado, entonces pensando en que la gente podría necesitar ayuda, se
arregló el sombrero y se fue a ver qué era lo que pasaba.
Al llegar en
medio de unas luces enceguecedoras, miró un poco de esqueletos de
marranos, monos con cachos y que por la boca y los ojos echaban llamas y bailaban alrededor de un
ataúd. Un ¡Virgen Santísima! se le ahogó en la garganta y sintió un frío de muerte que recorrió por
todo su cuerpo, le hizo parar los pelos y quedo paralizado, luego sintió como un fuerte calor le subía desde las uñas de los pies hasta la corona, en ese momento pudo
soltar carrera y al llegar a la casa
cayo paichado a los pies de su esposa, quien se había levantado al sentir un
fuerte tropel. Victor tenia mucha
fiebre y fuerte vómito y además decía cosas que su mujer no entendía, disparates.
Asi pasaron la noche en vela y al
llegar la madrugada, la esposa de Victor al ver que su marido seguía peor, decidió salir a pedirle ayuda a
su madre. Cuando llego María contó a su madre, le contó que aquella noche
Víctor estaba sentado en la piedra del corredor y que a las doce y media de la
noche, su marido entró a la casa desesperado y muy pálido y sin pronunciar
ninguna palabra, cayó a sus pies. Su madre al escuchar esto, decidió traer a
muchos curanderos para que examinaran a Víctor ya que ella sospechaba que se
trataba de algún mal aire o algo del otro mundo.
Muchos curanderos fueron los que revisaron el
caso de Don Víctor; pero ninguno pudo recuperarle la salud y como se diría, hoy
por hoy, la junta de curanderos dictaminó que el paciente, en la orina, el
pulso, los pálpitos, los ojos, el color de la piel revelaba el efecto de un
espanto poderoso y que se resignara porque el hilo de la vida de Don Víctor
estaba muy tizado y era cuestión de horas, a lo sumo de dos o tres días. ¿Qué esposa puede resignarse
a perder lo que más quiere en la vida? Dígame usted. María no se dio por
vencida y eso que estaba luchando nada más y nada menos que con la huesuda,
entonces decidió continuar la búsqueda de otros curanderos hasta que por fin
uno de sus vecinos le dio el nombre de un curandero que dizque era la machera y
que curaba aún sin ver al paciente. Sin dudarlo, María se fue a buscarlo y lo
encontró por allá, refundido en Cumbitara. A los dos días, fue llegando a la
casa con el curandero y encontró a su esposo en las últimas. El curandero
examinó al enfermo y exclamó un ¡Caray! que asustó suegra y esposa esto si está
jodido-; pero doñita, vaya corriendo al pueblo traiga al cura porque yo solo no
puedo salvar a su esposo. Más se demoró curandero en hacer la exigencia que
María en estar en la casa con el cura, quien por si las moscas, trajo consigo
la comunión y los Santos Oleos. Antes que nada cura y curandero pusieron los
benditos aceites en los pies del enfermo y pararon un perro cerca y.....afortunadamente, el perro no lambió los pies del moribundo entonces creció la
esperanza.
De inmediato, cura y curandero se encerraron con
Don Víctor y del cuarto salían entre rezos y gritos, del cuarto salían voces
extrañas y espantosas, insultos, alaridos, lamentos, parecía una batalla campal,
luego todo fue quedando en silencio. María, muy angustiada al ver salir del
cuarto al curandero y al cura totalmente exhaustos, les preguntó lo que había
pasado y estos le dijeron que no se preocupara porque Víctor se encontraba
bien; pero que aún necesitaba seguir con curaciones.
Don Víctor con cada una de las curaciones se fue
sintiendo mejor y fue cuando poco a poco, contó lo sucedido y todo lo que había visto
en aquella noche y entonces el curandero le dijo que lo que había visto era el Carro
del Diablo y que aquel ataúd había sido para él; pero que gracias a Dios y a un
milagro pudo llegar a su casa porque de lo contrario, ya no estaría para contarlo.
Desde aquella noche, Don Víctor ya no se sienta
en la piedra del alar a disfrutar su tabaco y cuando las ganas le vencen, se
acerca a la tulpa prende su cigarrillo y silenciosamente deja escapar la bocarada de
humo que invade la cocina, que al mismo tiempo es dormitorio.
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