Hace mucho
tiempo, cuando existían caminos de herradura y no había luz, Don Jacobo se disponía,
montado en su caballo, a visitar la finca que tenía en El Palacio. Empezó su viaje eso de las cinco de la mañana; pero
antes de partir, sintió un frío muy
helado que envolvía su cuerpo como previniéndolo de que algo malo ocurriría en
el viaje; sin embargo, su afán de cumplir con el trabajo, le hizo partir sin
tener en cuenta ese presentimiento.
Cuando iba
a mitad del camino, miró a lo lejos que algo se movía entre las hierbas; a
medida que se acercaba, comenzaba a escuchar como si un bebé llorara
inmediatamente, afanó su paso para auxiliar al niño. Al llegar, Don Jacobo lo
alzo y lo arropó con su ruana,
terciándolo a su espalda.
El continuó
su trayectoria pensando en quién sería esa madre desalmada que abandonó a su
hijo. Cuando había avanzado un buen tramo de camino, el bebe le habló: “Papasito
ya tengo muelas”. El asustado volteó a ver al niño y la sorpresa que se llevó
fue muy espantosa porque lo que llevaba era una horrible calavera con unos grandes colmillos; Al instante,
exclamó: ¡Dios mío, ayúdame! Y así él tuvo el valor y la fuerza para tirar a esa
horrible calavera barranco abajo.
Al llegar a
su casa, casi lo más muerto, sudando, tiritando y con el corazón en la mano, contó a su esposa lo sucedido y ésta al
verlo en esas condiciones decidió llevarlo a la iglesia para que el padre lo
confesara y lo asistiera de todo pecado.Desde ese día Don Jacobo dejó un poco
la ambición y afán por el trabajo...
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