Las diferentes regiones de Colombia poseen una gran variedad de leyendas e historias populares, las cuales en su gran mayoría son transmitidas por tradición oral, de generación en generación.
Nariño es uno de los departamentos más ricos en cuanto a historias de es espantos., uno de los sucesos más nombrados y verídicos de nuestro departamento es “El duende de la Planada”; sucedido en la Planada, una vereda del Municipio de Los Andes.
Según nos cuenta una habitante de esta región, Doña Raquel Araujo, una mujer de trenzas largas, cabello blanco, baja estatura y agradable cuando de contar historias se trata no hay quien le ponga la mano. El hecho aconteció de la siguiente manera: transcurría el año del Señor de 1996 y como era de costumbre, todas las mañanas, los trabajadores de la región salían a labrar los campos; al llegar al paramo de las Delicias, un sitio ubicado en lo alto de la vereda, dejaron encargado del almuerzo y la merienda al menor de los trabajadores, un muchacho de escasos 18 años. A las doce del día, llegaron los obreros a comer el almuerzo; pero lo único que encontraron en el rancho fue las ollas volteadas y algunas de las cosas destruidas y al muchacho que quedó cocinando, no lo encontraron por ningún lado; entonces decidieron buscarlo y recorrer todo el lugar.
Llegadas las 4 de la tarde, los peones sintieron un silbido y se sorprendieron mucho por que al mirar hacia arriba encontraron al joven subido en un arbol con una corona elaborada en barbacha sobre su cabeza. Los compañeros lo gritaban para que se bajara del árbol; mas él no les hacía caso y lo único que hacía era huir y saltar de un árbol a otro. Un trabajador subió al árbol para bajarlo; el muchacho no soltaba el habla y estaba totalmente ido, inconsciente.
El patrón junto a los trabajadores recogieron sus cosas y se dirigieron a la casa de los padres del muchacho siendo las 6 de la tarde y el muchacho seguía mudo. A la mañana siguiente, sus padres le preguntaron qué le había ocurrido, él respondió que el Temisto, un pequeño niño de la escuela, había llegado al rancho a invitarlo a pasear y éste aceptó; pero desde ahí no se acuerda nadita de nada.
Tres días después, de las casas de la vereda, se empezaron a perder las cosas, por esta razón los pobladores no podían dejar ropa ni ninguna de sus pertenencias fuera de la casa y fue entonces que se imaginaron que podía ser el duende porque “en ese pueblo no hay ladrones” como diría el nobel de Aracataca.
Los habitantes empezaron a preocuparse y rezaban oraciones al revés y al derecho, colocaban cruces, ajo, zurrones, cueros viejos y todo era en vano porque seguían perdiéndose los objetos. Al día siguiente, llamaron al padrecito Martin para celebrar una eucaristía y hacer conjurar las casas, hasta Don Parmenio, el Alcalde de la época, bajó en esta oportunidad. Al caer la noche, sintieron que las bancas y las mesas que quedaron en el patio, estaban siendo destruidas y lo mismo había ocurrido en la casa de la hija de Doña Raquel; pero a la mesa donde estaba abierta la Biblia no le había hecho nada.
Pasaban los días y cada vez se agudizaba la situación. La preocupación entre Ia gente de Sotomayor fue tanta que mandaron a la policía a cuidar la vivienda porque pensaban que se trataba de gente que quería causar daños. Esa noche la casa estuvo bien resguardada y, como en esos tiempos la policía sí valía lo mismo que la seguridad, no ocurrió nada novedoso y los policías decidieron retirarse deI lugar. Y vuelve y juega el duende, esta vez con piedra y garrote y se ensaña en casa de la mamá y de la hija y así se iba extendiendo a los ranchos de los demas descendientes de Doña Raquel y todos amanecen en vela.
A la siguiente noche, el duende volvió; pero esta vez con más rabia ¡Virgen Santísima! Parecía el mismo diablo, Parecía el juicio final. Llegó con un machete y boleaba brazo a diestra y siniestra y en un abrir y cerrar de ojos, causó daño en las dos casas, las plantas de plátano volteaban como melcocha ¡Taitico lindo,el machete volaba por el aire! y en esta ocasión ya no estuvo respetando las casas, ni sembríos ni religiones de los demás habitantes; el ataque ya no fue sólo contra familia Lagos Araujo, sino contra toda la vereda.
El duende hacía sus daños todas las noches y cada vez con más violencia. Una noche, cuando toda la familia de Doña Raquel se encontraba rezando para que pasara esta pesadilla, llegó y les prendió la casa con fuego quemándoles la ropa, zapatos, las albardas y aparejos y el trapiche de moler caña. Doña Raquel asustada lo único que dijo fue que tenían que salir a defender sus pertenencias,
Incluso ariesgando su vida; y así fue, cuando la señora salió, el duende le pegó con una piedra en el estómago y pasó lo mismo con su nieto que estaba rezando con la biblia. Con ayuda de toda la gente que se alarmó con este hecho, lograron apagar las llamas, aunque el rancho y muchas de sus cosas se perdieron totalmente.
Hernando, un hijo de doña Raquel, salió al pueblo llevando sobre su rostro una angustia de tantas noches, salió en busca de ayuda; Estando en Sotomayor y por cosas del azar y como mandado del cielo, Hernando se encontró con un joven quien le dijo que su papá, Don Clímaco Romo, era curandero y poseía algunos libros viejos y podría ayudar a expulsar este espíritu de la vereda.
Hernando emprendió camino hasta la vereda la Victoria, por allá, por los lados del escalón. Suerte la de Hernando, ahí estaba el viejo curandero, quien escucho la historia directamente de los labios de una de las víctimas; sólo se dio unos minutos para recordar la sabiduría que había heredado de su mamá y manos a la obra. Don Clímaco y Hernando se pusieron a la tarea de conseguir incienso, ramo bendito, cacho de borrego negro, pluma de gallina, aguardiente, ajo, ruda, vino blanco y toronjil.
Al iniciar su trabajo, Don Clímaco dijo a los afectados que debían buscar al muchacho que estaba poseído por el duende. Cuando todos estuvieron reunidos, empeso a hacer sahumerios a la casa, a darles brebajes a los afectados, les enseño una oración y les dijo que deberían rezarla 3 veces al derecho y al revés. Después de 3 curadas, el duende los dejó tranquilos; pero los habitantes quedaron con los traumas del temor colectivo que ni el tiempo podrá curar.
Para ayudar a reparar daños materiales, Don Parmenio, junto con el concejo, acordaron una partida para cubrir gastos de zinc y tejalit y a fuerza de mingas se construyo las casas.
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